Intermón Oxfam, por su parte, lanzó la línea de moda Veraluna, diseñada en España y producida en una cooperativa que trabaja por el empoderamiento de unas 300 mujeres marginadas de los barrios de chabolas de Mumbai.
Respuesta. Es lo que se ha hecho toda la vida con los familiares y amigos, casos como ‘vámonos de fin de semana a la montaña en el mismo coche’ o ‘déjame 1.000 euros que el mes que viene te los devuelvo’, o si tus hermanas o primos tienen hijos, te da la ropa o la canastilla del bebé. Toda esa colaboración a pequeña escala, cuando se le añaden Internet y las redes sociales, toma una nueva dimensión y una nueva velocidad que es lo que la tecnología permite. Es a esto a lo que llamamos consumo colaborativo. Fueron Rachel Botsman y Roo Rogers en su libro What’s mine is yours (Harper Bussiness, 2010) quienes empezaron a observar cosas que ocurrían a su alrededor y a sistematizarlo. En la introducción del libro se describían tres categorías: sistemas basados en productos, es decir, en vez de comprar lo que hago es acceder a ellos. La otra categoría se refiere a mercados de redistribución: es algo que yo no uso, y como aún tiene vida útil, en vez de dejarla almacenada en una estantería o en un almacén, puedo hacer que otras personas lo usen, desde ropa a muebles o a cualquier objeto. De ahí surge el trueque o lo a nivel gratuito en el mundo anglosajón se conoce como el freecycle, y aquí plataformas como el nolotiro.org. La tercera categoría es el estilo de vida colaborativo: cómo compartimos espacios, servicios, nuestra casa…
La actitud de estos ejecutivos catalanes es importante porque una premisa clave del argumento secesionista es que la economía de Cataluña, que representa casi la quinta parte de la producción económica de España, florecería si rompiese sus vínculos con el resto del país, económicamente rezagado. Algunos empresarios no están tan seguros.
Esto no lo dicen solo los viticultores que producen cava, sino también ejecutivos de todas las industrias que integran la economía catalana, de 200.000 millones de euros, equivalente aproximadamente a la de Portugal. La región combina un potente sector financiero, encabezado por el gran banco La Caixa, con una sólida base industrial que abarca sectores tradicionales como la fabricación de coches y también otros como la investigación científica y la tecnología médica.
R. Sí, mucha gente que leyó su libro, como fue mi caso, vimos el potencial de darle más importancia a nivel local, ya que sólo había información en inglés. Daba un poco de rabia. Mi formación es en ingeniera y mi acercamiento al consumo colaborativo fue desde un punto de vista pragmático o analítico, más que romántico: cómo podíamos pasar de una economía basada en la producción y el consumo a una economía de eficiencia, cómo hacer circular todo aquello que ya existe. Esto tiene beneficios económicos, sociales y ecológicos. Me parecía una vía intermedia sin ser muy ideológica, donde la gente se puede sentir más empoderada, sin tener que tener grandes ingresos y que el planeta, además, no sufra tanto.
R. Sí, se han dado una serie de factores. Ha habido un progreso en nuestra educación cultural digital: llevamos una década acostumbrados a comunicarnos a través de Internet con gente que no conocemos. Hace 10 años esto era muy raro y ahora lo que estamos haciendo nosotros es lo más normal del mundo –una entrevista a través de Skype–. Además, ha habido una evolución tecnológica. España es el país europeo con una mayor penetración de smartphones, y por supuesto, la crisis lo ha catalizado todo. Ha sido la patada de aceleración para que mucha gente se planteara sus comportamientos y repensara otra manera de hacer las cosas. Nos han vendido siempre la idea de ‘cómprate dos casas, dos coches e intenta tener dos Rolex’, y ahora estamos de resaca de todo eso. La gente está en ese momento en el que despierta y dice ‘vale, no voy a volver a beber ese licor que me ha dado mucho dolor de cabeza y voy a ver qué más puedo hacer’.